OPINIÓN | El fin de Ciudadanos no es bueno: España necesita un partido liberal
Es mucho más sano un partido centrista fuerte que los grandes resultados de los populismos
Actualizado : 09:36
El derrumbe de Ciudadanos, celebrado tanto por la izquierda como por la derecha y, sobre todo, por los independentistas, no es en absoluto una buena noticia. El proyecto de Albert Rivera aspiraba a convertirse en el partido liberal que existe en casi todas las democracias europeas y hace de bisagra entre conservadores y socialdemócratas. Una función que en España han hecho tradicionalmente los nacionalistas, lo que es mucho peor para la estabilidad. Igual que es mucho peor que haya populismos fuertes, como los que resultan de las elecciones del domingo.
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Rivera abandona la política tras la debacle de Ciudadanos el 10NEs cierto que liberal, liberal, Ciudadanos no es, pese a que la izquierda le acuse de ser el partido del Ibex. Lo es en aspectos políticos y sociales, pero no en economía. Claro que en España todo el mundo es socialdemócrata, como demuestran las subidas de impuestos y gasto del PP (que solo se atrevió con algunas tímidas reformas liberalizadoras).
También es verdad que Rivera se ha suicidado él solito y su caída el producto de sus graves errores. La cadena de equivocaciones probablemente empezó con su apoyo a Susana Díaz en Andalucía; si pensaba que había que acabar como fuera con el "régimen clientelar" socialista en Andalucía, como dice ahora, no debería haberlo hecho. Pero le perdió el ansia de poder. Y, una vez hecho eso, lo que no puedes es pactar con el PP ¡y con Vox! en las siguientes elecciones para echar a quien apoyabas hasta el día anterior.
Su gran acierto fue dar esperanza a los catalanes no nacionalistas que se sienten desamparados por PP y PSOE, que los han dejado a merced del rodillo independentista. Eso le valió su gran éxito: la victoria de Inés Arrimadas en las elecciones catalanas de diciembre de 2017. Pero eso y su posterior ascenso en las encuestas a nivel nacional hasta situarse como primera fuerza (hace poco más de año y medio), más el triunfo de Macron en Francia, provocaron que Rivera se creyera que podía ser presidente. Se llenó de balón, como los delanteros. Y como pasa en esos casos, falló clamorosamente el gol.
CUESTA ABAJO DESDE LA MOCIÓN DE CENSURA
Estaba preparando su asalto a la Moncloa cuando le llegó la sentencia de la Gürtel y la moción de censura, que le pilló a contrapié. Y ahí cometió su primer error fatal. Exigió a Sánchez convocatoria inmediata de elecciones para apoyarle, porque no pensaba que fuera posible que la moción saliera adelante sin Ciudadanos -en su defensa, hay que decir que ni el propio Sánchez lo pensaba-. Pero, si no le hubiera perdido al ansia de llegar al poder ya, podía haberle apoyado -como en la investidura fallida de 2016- y habría tenido al PSOE en su mano para forzarle a convocar elecciones unos meses después. Incluso es probable que las hubiera ganado.
En vez de eso, dejó a Sánchez en manos de Podemos y nacionalistas, y se convirtió en irrelevante. En abril no logró capitalizar la debacle del PP, ante la emergencia de Vox (muchos votantes de Ciudadanos lo eran por antinacionalismo, y eran potenciales votantes de Santiago Abascal) y ante el inexplicable empeño de Rivera de confundirse con ellos en vez de ocupar el centro que habían dejado vacío los populares por su crisis interna. Eso se plasmó en la famosa foto de Colón, donde el único signo diferencial de Rivera fue una bandera LGTBI.
UN GIRO A LA DERECHA NEFASTO
Este giro a la derecha culminó con su apoyo a Gobiernos del PP y Vox en Madrid, Castilla y León o Murcia, y en numerosos ayuntamientos, tras las autonómicas de mayo. Con el doble efecto de que los votantes antinacionalistas de Ciudadanos decidieron pasarse a Vox (mucho más agresivo y radical -populista, en definitiva- contra el procés) y de que los centristas huyeron hacia PP o PSOE.
La puntilla fue su negativa tajante a apoyar a Sánchez en el Gobierno de España, pese a haberlo hecho en 2016, lo que le convierte en parte en responsable de la repetición electoral. El "con Rivera, no" se podía haber salvado con una serie de puntos comunes y líneas rojas, como Cataluña. Esta deriva provocó la salida de pesos pesados del partido, entre ellos sus primeros espadas económicos: Toni Roldán y Francisco de la Torre (Luis Garicano se exilió en el Parlamento Europeo).
Toda esta concatenación de desaciertos ha desembocado en la catástrofe del domingo y en la dimisión de Rivera. Ahora, muchos aseguran que va a seguir los pasos de UPyD o de la vieja UCD. Es un riesgo cierto. Pero no sería nada positivo para España, que necesita un partido liberal de corte europeo que arrebate a los nacionalistas la función de bisagra entre los grandes partidos. Las esperanzas están puestas en Inés Arrimadas, cuya categoría política está más que demostrada. Pero la tarea va a ser titánica.