No resulta excesivamente raro entender una suerte de postura generalizada de recelo ante la oferta de productos bancarios en nuestro país. Hay que entender que esto viene dado por un periodo largo de crisis así como por los años anteriores en los que la super abundancia de productos de financiación generó un modelo de relación con las entidades financieras que ha acabado en una morosidad espectacular.
No es cuestión de defender en este caso a la banca, la banca buscaba beneficios y en ocasiones con modelos poco éticos los obtuvo, sin embargo, también se echa de menos a nivel usuario una reflexión más generalizada sobre cómo entendimos el modelo de bonanza económica (que a la postre se demostró temporal) y como mal interpretamos el acceso a la financiación.
Es una reflexión que a pesar de que a veces se emprende resulta dura, ya que cuestiona directamente nuestra manera de responder ante una oferta sin duda exagerada e interesada de financiación, una respuesta que desde luego no fue la más adecuada en los momentos en los que fluía el crédito,y que acabó atrapando a millones de personas en una espiral de deudas que, desafortunadamente sabemos cómo ha concluido.
Ni tanto…
Ahora se vuelve a hablar poco a poco de la recuperación de la financiación, comenzando por la de las empresas y, se supone, poco a poco recuperando el crédito personal. Sin embargo la reticencia a los préstamos bancarios es más que evidente, se han multiplicado de manera exponencial en los últimos años operaciones como los préstamos entre particulares o las operaciones de empeños y compraventa de segunda mano; alternativas a la financiación bancaria que, por otro lado resultaba difícil conseguir.
Esto nos da para pensar en un futuro más o menos inmediato en el que se recupere en cierta medida el flujo del crédito personal; es obvio que no se va a volver a los niveles de crédito fácil de la primera década del presente siglo, algo que además se ha mostrado perjudicial y que resulta muy poco recomendable, sin embargo también es obvio que los préstamos son herramientas que bien dispuestas y bien contratadas se tornan en instrumentos útiles para las economías domésticas con necesidades de financiación.
Por tanto, y como ya habrá deducido el lector, la postura ante esta posible apertura de la financiación personal es positiva; del mismo modo que estamos aprendiendo a utilizar y convivir con productos financieros como las cuentas bancarias, o de la misma manera que a fuerza de golpes desafortunadamente, el usuario ha aprendido o aprende poco a poco manejar las tarjetas de crédito convivir con los préstamos y racionalizar su uso es sin duda la mejor manera de relacionarse con estos productos que bien empleados como decíamos puede ser útiles.