Es más que probable que en los últimos tiempos, bien a través de una oferta directa, o bien, a través de publicidad o incluso de los propios medios de comunicación, el lector haya tenido un conocimiento cercano o relativamente cercano a un producto como los créditos preconcedidos, un modelo de crédito, que hasta hace no mucho se asociaba exclusivamente con la empresa, pero que ha dado el salto también al ámbito de la financiación personal de la mano de numerosas ofertas.
El funcionamiento básico de estos créditos es realmente simple, a diferencia de un crédito personal al uso, esta financiación nos provee de una línea de crédito duradera en el tiempo en proporción al plazo contratado a la firma del producto; es decir, nos garantiza que ese crédito estará disponible durante un periodo de tiempo determinado, y que, lo podremos disponer a nuestro antojo de manera parcial o total, sin mayores trámites que la primera formalización del producto, y con la ventaja añadida, de que una vez repuesto el dinero utilizado, volverá a estar a nuestra disposición a crédito; con lo cual, por ejemplo, podemos seguir utilizando a crédito la parte proporcional de una retirada parcial no utilizada, y, tras la reposición de todo lo dispuesto volver a tener todo el crédito disponible.
Esta agilidad es sin duda una de las mayores características positivas para el usuario, junto al hecho de resultar una financiación sostenida en el tiempo, lo que permite no tener que realizar más de una operación de financiación y poder acoger todas las necesidades (o al menos una buena parte) a este producto.
Sin embargo no todos son buenas noticias en lo relativo a los créditos preconcedidos: de entrada no estamos ante un producto barato, de hecho la media de aplicación de intereses sobre lo dispuesto suele resultar cercana o superar a los intereses habituales en los créditos personales, por otro lado, a pesar de que algunas ofertas concretas muestran gastos y comisiones competitivas, lo cierto es que la media de estos gastos y comisiones es elevada.
Si a todo lo anterior le sumamos el peligro evidente de subordinar la economía doméstica al crédito, algo de lo que se puede hablar largo y tendido por ejemplo en su relación también con las tarjetas de crédito, nos encontramos ante un producto que, desde luego puede ser útil, pero debe ser contratado realmente ajustado necesidad.