Quiero invertir... y ahora ¿qué?
Alejandro Varela Sobreira de Renta 4 banco
Casi desde que somos unos niños, las personas nos acostumbramos a tomar decisiones constantemente. Muchas de estas decisiones acaban pareciéndonos rutinarias o las tomamos de manera inconsciente, de forma natural, porque entendemos que casi forman parte de la vida misma. Solo por poner algunos ejemplos, elegimos qué estudiar, en qué universidad, dónde pasar las vacaciones, qué coche comprar para conducir, qué casa comprar para vivir, o si aceptamos o no determinada oferta de trabajo, etc.
Prácticamente todas nos afectan financieramente, y bastantes nos asustan. Sin embargo, nos acostumbramos a enfrentarnos a ellas con relativa seguridad, actuando de manera bien informada y serena, buscando asesoramiento o ayuda familiar y finalmente tomándolas con determinación con el fin de obtener resultados con las máximas garantías.
Cuando algo incumbe a nuestras finanzas personales, podríamos dividir nuestras decisiones en dos grandes grupos atendiendo a su finalidad: decisiones de gasto y decisiones de inversión. Ambas categorías son claramente fáciles de discernir porque, a pesar de que las personas no reflexionen sobre ello suficientemente, el resultado económico de dichas decisiones es muy distinto según cada grupo y lo vamos a comprobar inexorablemente con el paso del tiempo.
Las decisiones de gasto se distinguen porque terminan por consumir valor económico a corto medio-plazo. Viene acompañadas de cierta utilidad temporal o valor de uso, pero pasado un tiempo, aunque lo hayamos disfrutado, recuperar el mismo dinero que nos costaron resultará prácticamente imposible.