Cuando estos dos titantes se enfrentan, los que ceden son los precios
Carlos Montero
Hay en el mundo una auténtica escasez de materias primas que, en un contexto de reactivación económica y de históricos estímulos de gasto y crédito, continuará presionando a la baja el valor del dinero. Esa es la manera correcta de entender la inflación: no como un alza de precios, sino como una pérdida de poder de compra de nuestros ahorros e ingresos, de los que cada día se necesita una mayor cantidad para comprar los mismos bienes.
El mal manejo de la crisis sanitaria por la pandemia de Covid-19 en la mayor parte de mundo, provocó que con los cierres impuestos por los gobiernos se vieran afectadas las cadenas de suministro, producción y distribución de toda clase de mercancías.
Más de un año después del inicio de los confinamientos que poco ayudaron para contener la expansión del SARS-CoV-2, pero mucho destruyeron empleos, industrias y la forma de vida de millones de personas, las consecuencias de aquel rompimiento de las cadenas productivas apenas se comienzan a sentir.
Y es que con un sistema monetario sin ningún sustento real de valor – sino basado en la deuda-, se puede crear todo el dinero que se quiera “de la nada” para regalar a diestra y siniestra como “estímulo”, pero eso no produce riqueza real que satisface gustos, preferencias y necesidades humanas.
Dicho de otro modo, el mundo se enfrenta por un lado al peor choque de destrucción de riqueza en 100 años, y por otro, a la mayor inyección de estímulos de gasto, deuda y crédito de toda la historia.
En este sentido, algo tiene que ceder, y son los precios – en particular de las materias primas (commodities, en inglés)- los que están sirviendo como “válvula de escape”.