Paul Krugman
Sufrid, niñitos
El Museo de los Apartamentos, en Lower East Side, es
uno de los sitios que más me gustan de la ciudad de Nueva York. Se trata de un edificio antiguo de
la época de la Guerra Civil que dio cobijo a varias oleadas consecutivas de inmigrantes, y en el que
han restaurado algunos apartamentos para que tengan exactamente el mismo aspecto que tuvieron en
distintas épocas, desde la década de 1860 hasta la de 1930 (cuando el edificio fue declarado
inhabitable). Cuando uno recorre el museo, se queda con la fuerte sensación que produce la
inmigración como experiencia humana, la cual "a pesar de los muchos malos momentos, a pesar de un
entorno cultural en el que a los judíos, los italianos y otros se los consideraba a menudo una raza
inferior" ha sido en su mayoría positiva.
El apartamento Baldizzi de 1934 me impresiona
especialmente. Cuando les describí su distribución a mis padres, ambos afirmaron: "¡Yo crecí en ese
apartamento!". Y los inmigrantes actuales son iguales, en cuanto a sus aspiraciones y su
comportamiento, que mis abuelos; gente que busca una vida mejor y que, en su mayoría, la
encuentra.
Por eso es por lo que apoyo sin reservas la nueva iniciativa sobre inmigración del
presidente Obama. No es más que una cuestión de decencia humana.
Eso no quiere decir que yo,
ni la mayoría de los progresistas, estemos a favor de unas fronteras completamente abiertas. Se
puede ver una razón importante ahí mismo, en el apartamento Baldizzi: la foto de F. D. Roosevelt en
la pared. El New Deal convirtió Estados Unidos en un lugar inmensamente mejor, aunque probablemente
no habría sido posible sin las restricciones inmigratorias que entraron en vigor tras la Primera
Guerra Mundial. Por un lado, sin esas restricciones, se habría hablado mucho, con razón o sin ella,
de toda la gente que llegaba en tropel a Estados Unidos para aprovecharse de las ayudas
gubernamentales.
Además, la inmigración libre significaba que muchos de los trabajadores peor
pagados de Estados Unidos no eran ciudadanos y no podían votar. Una vez que entraron en vigor las
restricciones a la inmigración, y los inmigrantes que ya estaban en el país obtuvieron la
ciudadanía, esa clase inferior privada del derecho al voto se redujo rápidamente, lo que contribuyó
a crear las condiciones políticas necesarias para un colchón de seguridad social más fuerte. Y sí,
los inmigrantes poco cualificados probablemente influyan un poco en la bajada de los salarios,
aunque los datos que tenemos indican que esa influencia es bastante pequeña.
De modo que la
política sobre inmigración se enfrenta a algunos problemas complejos. A mí me gusta decir que, si no
nos sentimos en conflicto respecto a esos problemas, es que hay algo en nosotros que no va bien.
Pero algo con lo que no debemos tener ningún conflicto es la propuesta de que deberíamos ofrecer un
trato decente a los niños que ya están en nuestro país (y ya son estadounidenses en todos los
aspectos importantes). Y de esto es de lo que trata la iniciativa de Obama.
¿De quiénes
hablamos? En primer lugar, hay más de un millón de jóvenes en este país que llegaron "sí,
ilegalmente" cuando eran pequeños y han vivido aquí desde entonces. En segundo lugar, hay un gran
número de niños que han nacido aquí "lo que los convierte en ciudadanos estadounidenses, con los
mismos derechos que tenemos ustedes y yo" pero cuyos padres llegaron ilegalmente y, según la ley,
pueden ser deportados.
¿Qué debemos hacer con estas personas y sus familias? Hay ciertas
fuerzas en nuestra escena política que quieren que los tratemos con mano de hierro; que busquemos y
deportemos a jóvenes residentes en EE UU que no nacieron aquí pero que nunca han conocido otro
hogar; que busquemos y deportemos a los padres indocumentados de niños que son estadounidenses, y
obliguemos a estos niños a exiliarse, o bien a arreglárselas solos.
Pero eso no va a pasar;
en parte porque, como nación, no somos en el fondo tan crueles; en parte porque esa clase de campaña
exigiría unas medidas que se parecerían a las de un Estado policial; y en gran medida, siento
decirlo, porque el Congreso no quiere gastar el dinero que se necesitaría para algo así. En la
práctica, los niños indocumentados y los padres indocumentados de niños con papeles no se van a
marchar.
La verdadera pregunta, por tanto, es cómo vamos a tratarlos. ¿Seguiremos adelante
con nuestro actual sistema de abandono perverso, les negaremos derechos comunes y corrientes, y los
someteremos a la amenaza constante de la deportación? ¿O los trataremos como a los conciudadanos
nuestros que ya son?
La verdad es que el puro interés personal nos dice que actuemos con
humanidad. Los niños inmigrantes de hoy son los trabajadores, contribuyentes y vecinos del mañana.
Condenarlos a vivir en la sombra significa que tendrán una vida doméstica menos estable de lo que
deberían, que se les negará la oportunidad de adquirir una educación y formarse, que contribuirán
menos a la economía y desempeñarán una función menos positiva en la sociedad. El hecho de no actuar
es autodestructivo sin más.
Por lo que a mí respecta, no me preocupa demasiado el dinero, ni
siquiera los aspectos sociales. Lo que de verdad importa, o debería importar, es la humanidad. Mis
padres pudieron tener la vida que tuvieron porque Estados Unidos, a pesar de todos los prejuicios de
aquella época, estuvo dispuesto a tratarlos como a personas. Ofrecer esa misma clase de trato a los
niños inmigrantes de hoy es la manera práctica de actuar, pero también, y esto es fundamental, es lo
correcto. Así que aplaudamos al presidente por ello.
Paul Krugman es profesor de Economía de
la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.
© 2014, New York Times
Service.
Traducción de News Clips.