El clásico de la semana: “Matar a un ruiseñor”

Argumento: Scout Finch es una niña tan curiosa como audaz que vive en en un pequeño pueblo de Alabama durante la Gran Depresión. Se trata de un momento histórico en el que la población negra empieza a reivindicar sus derechos mientras que entre los blancos el racismo se acentúa todavía más. La pequeña dedica sus días a investigar junto a su hermano pequeño Jem y a su nuevo amigo Drill lo que ocurre en casa de sus vecinos, donde permanece oculto el misterioso “Boo” Radley.

Pero el mudo gira de manera implacable independientemente de la edad que tengas. El conflicto social latente en las calles entrará en la vida de la niña cuando su padre, el abogado Atticus Finch (Gregory Peck) decide defender a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Pese a que la inocencia del hombre resulta evidente, Finch es el único abogado de la ciudad que acepta su defensa. Atticus es un hombre honrado y respetable empeñado en hacer justicia, lo que le costará las enemistades de la mayoría de la gente del pueblo, pero que le otorgará el más profundo respeto de sus hijos. Scout y Jem descubrirán ese verano que la vida puede ser cruel, pero que hombres como su padre traen esperanza.

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¿Por qué tengo que verla?: No es sencillo hablar de “Matar a un ruiseñor” sin emocionarse. Estamos hablando de una obra inspiradora, de esas que ponen la carne de gallina sin caer es sentimentalismos baratos. Todo en el filme es más de lo que parece. Cada situación se construye con los matices propios del cine con mayúsculas y se salpica con la sutileza que solo aparece en las obras maestras. La portentosa representación de la infancia y de la perdida de la inocencia que nos ofrece la cinta se ha convertido hoy en una de las grandes referencias del séptimo arte. Seguramente nos encontremos ante una de las películas por las que mejor ha pasado el tiempo. El conflicto racial que sirve como trasfondo y la figura de Atticus Finch son hoy el mejor retrato de una época en la que el mundo era testigo de la vergüenza del racismo.

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Imprescindible es hablar de Gregory Peck. Su inolvidable Atticus está interpretado con tal maestría y contención que resulta imposible no rendirse a sus pies. Gigantesco ejercicio interpretativo. Cualquier persona, padre o maestro que tenga la misión en la vida de enseñar unos valores a un joven, debería mirarse en Atticus Finch. Por todo esto debemos estar agradecidos a esa magnífica plantilla de actores, a un director llamado Robert Mulligan que merece mayor reconocimiento que el que tiene, al guión de Horton Foote, a la partitura de Elmer Berstein, a la impecable dirección de fotografía de Russell Harlan y a la grandísima novela de Harper Lee que sirve como base a la obra.

La secuencia: Cuando Atticus acude a casa de su cliente, un familiar de la mujer violada reclama su presencia en la calle. Atticus sale a su encuentro, se miran frente a frente y el hombre le escupe a la cara. Atticus es más joven, más grande y más fuerte que él. Su hijo Jem le mira desde el coche. Atticus mete la mano en el bolsillo, se saca un pañuelo y se limpia mientras mantiene la mirada a un individuo que casi no es capaz a devolvérsela. Tras unos instantes entra en su coche y arranca. Se aleja dejándonos uno de los momentos más grandes del cine.

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